La polilla en la casa del humo, de Guillem López


Hola, lector. Bienvenido a mi blog. Te aviso, el texto a continuación es una reseña cuyo fin, además de exponer mi opinión y experiencia con este libro, es el de recomendarte esta lectura. Por lo que, si deseas ahorrarte la lectura de la reseña e ir directamente a por el libro, adelante, porque estoy seguro que después de terminar el texto va a ocurrir exactamente eso. Si de todas formas quieres leer esta reseña, adelante.

La polilla en la casa del humo (Aristas Martínez) vuelve a situar a Guillem López entre los autores más interesantes y con mayor talento del panorama fantástico nacional. Si con Challenger, el autor sorprendía por una estructura poco usual y una trama fragmentada en mil piezas de puzle, con esta nueva obra no se queda atrás. En este caso, Guillem deja de lado una construcción argumental complicada y va a jugar al otro extremo del campo, al del estilo narrativo, al de la forma. Esta novela se centra en un estilo narrativo depurado, evocador y directo. Construida a partir de la voz del narrador, uno de los principales motores de la misma.

La novela la protagoniza Veintiuno, y vive en los túneles. O mejor dicho, los Túneles, porque esto es todo lo que sabemos del lugar. Oscuridad, moho, enfermedad, roca y seres esculpidos a base de doblar el lomo moliendo piedras. Porque eso es todo lo que hay ahí abajo. Pero dónde es “ahí abajo” y dónde es “arriba”. El mundo creado por Guillem es espectacular y vasto en su sencillez. Tenemos a una serie de personajes que sobreviven moliendo roca y cavando túneles cada vez más profundos, galerías que ahondan en la negrura. Pocos han visto nunca la luz, y menos aún han conseguido salir fuera. 

Si habéis leído Challenger, sabréis que Guillem tiene gran talento narrativo. Su estilo es personal y muy identificable. En este caso opta por un lenguaje duro y directo, afilado y mordaz. Los personajes no tienen reparos en utilizar un lenguaje soez. Yo no suelo disfrutar demasiado de personajes que dicen “polla”, “joder” y “puta” constantemente, como si el recurrir a estas palabras fuera un recurso fácil para otorgar negrura al relato; pero Guillem consigue un equilibrio nada sencillo de conseguir entre el lenguaje malsonante y una narración armoniosa. Dentro de la crudeza del relato, el autor consigue crear armonía narrativa, tanto como para que el lector se enganche y viva entre los túneles, se manche de polvo y sienta sed cuando los personajes sienten sed. Es posible que Guillem López tenga una obsesión con las felaciones, pues debe ser la acción que, después de dormir, hablar y caminar, más aparece en la novela, pero reconozco que es una pieza más que encaja estupendamente en el todo de la obra.

“Hubo un tiempo en que me esforzaba por morir lo más rápido posible. Buscaba pelea en cualquier parte, con los monstruos más horrendos y peligrosos que pudiese echarme a la cara. Así perdí dos dientes y apenas puedo cerrar el puño izquierdo debido a un tajo de cuchillo. Esa inquietud se me ha diluido con el paso de los ciclos. Como a los hombres y mujeres de mediana edad. Al fin y al cabo, es cuestión de tiempo. Ellos alcanzarán antes su objetivo. Matemática del pesimismo.”

La polilla de la casa del humo va sobre forma, sobre estilo y sobre situaciones. La principal referencia que podemos encontrar, tanto en desarrollo de trama como en la voz del narrador es esa fantástica novela de Salinger El guardián entre el centeno. En cuanto a la construcción del mundo y para hacer una analogía gamer (que no todo va a ser leer) podría citar Dark Souls. Guillem no presenta un argumento claro y definido. No hay una introducción, nudo y desenlace obvios. Guillem desmenuza la historia y la coloca como piezas de un puzle sucio y pringoso a lo largo de toda la novela. ¿Por qué cavan? ¿Qué hay afuera? ¿Desde cuándo están ahí dentro? ¿Es esto un fanfic de Mad Max? Y si nos fijamos en los detalles, descubriremos “personas” a las que les sueldan plazas de metal y se convierten en “algo más”, mineros de los que se dicen han conseguido escapar, y en definitiva, un mundo rico y vivo plagado de microhistorias, como si de un Challenger invertido se tratara. La polilla de la casa del humo pide al lector que junte piezas, que recuerde detalles y se pregunte por qué. No es que deje el final abierto, es que hay “pistolas de Chéjov” sin disparar que le dan un misterio y profundidad muy interesantes.

“En medio de mis devaneos intelectuales llegó Uñas. Era un viejo danzarín que desplegaba un paraguas sobre su cabeza. ¿Quién sabe por qué llevaba un paraguas y de dónde lo había sacado? Se rumoreaba que alguien lo trajo de la superficie. Nadie lo sabía. Él solía contar que lo heredó de un amigo o que lo encontró en las fauces de un cocodrilo muerto, pero nadie hacía caso. Estaba loco. Quizá esa era la mejor solución posible aquí abajo. Nadie quería acabar como él y, evitando la locura, enloquecían. Es algo que descubrí hace tiempo. Uñas vivía mejor que todos nosotros.”

Citando a Miquel Codony, estamos ante lo mejor de 2016, y un posiblemente “clásico contemporáneo”. ¿Os parece exagerado? Podéis comprobarlo con vosotros mismos, bajad a los túneles con Veintiuno de la mano de Guillem López, quizá no queráis volver a subir.

¡Adoremos a Guillem!

Comentarios

  1. Hola :) He seguido leyendo, maldito de mí, uno más a la pila. Si Challenger ya me llamaba por su estructura con la trama fragmentada en muchas piezas; pero la crudeza del relato y que consiga esa armonía narrativa sin sacarte de la lectura con palabras malsonantes (que a mi me suelen sacar bastante si se abusa de ello) me atraen mucho. Pero lo que me ha hecho decir, oh si quiero de esto, es la analogía gamer de Darksouls, de mis juegos favoritos (si, soy un sufridor, lo sé); y bueno lo de juntar piezas durante el relato, eso siempre me vuelve loco. Pienso bajar a los Túneles :)

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